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Paula Concha Acuña

El lago, de Banana Yoshimoto

Este mes quise conocer a Banana Yoshimoto. Había leído mucho acerca de su obra Kitchen, pero como ya había sido comentada en este espacio e incluso lograron conseguir una entrevista con ella, luego de leer algunas reseñas, me decidí finalmente por su novela El lago.

Chihiro es una joven mujer que se dedica a pintar murales. Vive en un pequeño departamento en Tokio y está viviendo el proceso de duelo por la temprana muerte de su madre producto de una enfermedad. Desde un inicio podemos darnos cuenta de lo cercana que era la relación entre ambas y lo difícil y desgastador que había sido para ella acompañar a su madre durante sus días en el hospital. Incluso, Chihiro había perdido una relación de pareja (no muy significativa) producto de esta situación: no tenía más energía que para acompañar a su madre y fabricar los últimos recuerdos que quedarían en su corazón para siempre.


En estas primeras páginas de la novela, nos enteramos un poco de la peculiar historia de la familia. Si bien ella sabía quien era su padre y compartían tiempo juntos como familia, él nunca se había casado con la madre de Chihiro y ni siquiera vivía con ellas, lo cual había marcado su vida. Siempre fue vista por los habitantes del pueblo donde vivía con su madre como una hija ilegítima. Es por eso que cuando muere su madre, para Chihiro lo más obvio fue decidir alejarse para siempre de ese pueblo y reducir a la mínima expresión la relación con su padre, a quien constantemente increpaba por no haberse atrevido a desafiar a su familia rica para casarse con su madre.


En este contexto Chihiro comienza a vivir su luto por la muerte de su madre. La recuerda, la cuestiona y la extraña. Y se arrepiente por no haberla llorado lo suficiente. Siente un montón de emociones contrapuestas que suelen aflorar tras la muerte de alguien a quien amamos.


Y como a la vida, a veces, le gusta sorprendernos, no todo es tristeza para Chihiro.


Ya desde antes de la muerte de su madre y de una manera muy casual, ella comienza a establecer una relación de amistad a distancia con un vecino de otro edificio. Desde sus ventanas compartían saludos y estaban muy atentos a la vida del otro. No logran entablar una conversación real, pero de alguna manera, era lo que ella necesitaba: saber que alguien la acompañaba, haciendo de sus días más especiales, pero desde una sana distancia. Y así transcurrían los días, con el nexo entre Chihiro y Nakajima estrechando, sin embargo, siempre desde esa lejanía cómoda para ambos.


De esta manera poco usual, el amor va abriéndose paso entre ellos. De forma lenta y protegida, porque, por una parte, ella estaba viviendo el duelo por la partida de su madre y, coincidentemente, él era un joven marcado por la muerte de la suya; además, este escondía algo que Chihiro no lograría descifrar sino hacia ya el final del libro, algo que ya intuía que había sido profundo y que, de alguna manera, había arrasado el interior de Nakajima. Las emociones causadas por las pérdidas de ambos no logran ser obstáculos para comenzar a abrirse y compartir sus caminos. Es así como comienzan a atreverse a salir lentamente de sus respectivos dolores para encontrarse en un lugar intermedio, donde empiezan a sentir una luz de esperanza, sentir que todo estaría bien. Es allí donde reside el acto de valentía.


La relación no estaba exenta de desafíos, principalmente por la dificultad de Nakajima de relacionarse con normalidad, situación que ella pudo apreciar cuando comenzaron a vivir juntos. Era como si viviese aterrado y decepcionado del mundo, lo cual hacía que todo en su vida estuviera teñida con una especie de apatía y sentimientos depresivos, provocando que Chihiro se sintiese en una alerta constante, pensando que en cualquier momento él podría decidir bajarse del carro de la vida. Solo sus estudios y tener la compañía de Chihiro le entregaban a Nakajima cierto calor a sus días


Fue muy lindo ver como la historia de amor va naciendo entre ellos, sobre sus propias cenizas, dándose la oportunidad de que, aun en medio del dolor y la muerte, aparezca el amor. Muchas veces las pérdidas nos congelan, seguramente porque tenemos mucho miedo de sentir o porque tememos que, si le abrimos la puerta a todos esos sentimientos bellos que pueden estar allí rodeándonos, exista una posibilidad no menor de que se nos cuelen emociones asociadas a nuestra pérdida, las que, tal vez, aún no hemos podido explorar. Sin embargo, hay que aclarar que no se trata de una historia de amor romántico. Es el amor que va surgiendo entre dos personas de manera calmada, sin muchas expectativas y donde paso a paso van entrelazando sus vidas, solo por el simple hecho de que se siente bien hacerlo.


Disfruté mucho de la lectura. La narración es entretenida y fácil de leer. Además, dado a que perdí a mi padre hace cuatro años, podía ver reflejadas en mí algunas de las emociones y pensamientos que tenía Chihiro respecto a la enfermedad y la pérdida de alguien a quien amas y lo doloroso que se siente cuando la vida te pide estar allí, en primera fila, durante el proceso que terminará finalmente con esa vida. Como dijo ella en alguna de las páginas, “buscas compartir con ellos lo más que puedes porque estás muy consciente de que son los últimos meses, semanas y días que tienes para recolectar recuerdos”.


Particularmente entendí muy bien la manera en que los personajes se van enamorando. Paso a paso, lento, sin presiones, sin expectativas ni complicaciones en la relación, sino que simplemente confiaron en lo que sentían y decidieron avanzar juntos, permitiendo que sus caminos se enlazaran, pero nunca dejando de ser quienes eran: Nakajima, un ser roto por antiguos traumas, mientras que Chihiro, en un modo menos depresivo, seguía profundamente afectada por la pérdida de su madre y buscando aprender a relacionarse con su padre sin rencores. Pese a todo, decidieron aventurarse hacia una relación; un acto totalmente destacable considerando las dificultades propias del duelo.


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